jueves, 13 de noviembre de 2008

La memoria justiciera


Me la imagino personificada, envuelta en una máscara y dotada de un látigo de siete colas voraz y violento, dispuesta a flagelar cualquier intento de desvío narrativo, de relato aparte que no considere los antagonismos de décadas, la tradición del recuerdo establecido, los discursos de la oligarquía anterior y posterior que tan bien han contribuido a dar identidad a esa memoria que aquí yo construyo mentalmente como si de una guerrera medieval se tratara.


Porque lo cierto es que la reconstrucción del pasado traumático nacional (en este caso el español) está costando mucho trabajo y enjudia, la participación de diversos entes sociales y administrativos y sobre todo una cantidad de verbo, palabra y sentimiento que no parece aclarar mucho la cosa, sino más bien hacerla aún más confusa. Desde la Judicatura hispana llegan los clamores de uno y otro bando (sí, por lo visto existen aún aquellos enfrentamientos de antaño, ocupados hoy en defender la "Historia oficial" o las dos versiones de la misma, tanto da) y los magistrados se ponen las zancadillas, se inhabilitan y se atribuyen funciones según les convenga ideológicamente. Menos mal que hay una ley. Al menos el marco en el que celebrar los enfrentamientos está bien delimitado y esto restringe las temáticas en disputa. Si no fuera así, seguiríamos como antaño, unos hablando de peras y otros de ciruelas, los de aquí pidiendo justicia y reparación, los de allí formulando hipótesis históricas sobre que hubiera pasado si no se llega a decimar el "peligro rojo". Para mí conversaciones de braseros dominicales, motivos de disputas familiares y causas de tedio absoluto ante la falta de rigor histórico, moral y personal con los que se trata usualmente la cuestión.


Cierto es que los muertos también tienen derecho a reposar dónde los quieran sus familiares vivos. Que aún cadáver, el individuo tiene nombre, familia y patria que le siguen perteneciendo en el reino de Hades y que la dignidad no se pierde con la vida. En este sentido, no parece tan descabellado el propósito del juez estrella ibérico Garzón de abrir fosas, excavar hoyos y sacar a la luz los huesos de los caídos por la República (tantas osamentas de los que cayeron por esa patria mítica, falsa e imperial formulada por el régimen franquista recibieron tantos honores durante años, que bien pueden ahora dejar sitio a los que por cuestiones políticas fueron olvidados largas décadas). Es una cuestión de dignidad y sobre todo de equiparación histórica. Lamentablemente en España es imposible resolverla desde el ámbito civil y como muchas otras cosas de tipo social han de ser enturbiadas por un proceso penal.


Desde esta triste óptica que no deja entrever atisbos de reconciliación a pesar de los años es desde la que observo el flagelo justiciero de la memoria. Sigue ésta repartiendo golpes a diestro y siniestro, ciega de ira y confusa por no encontrar un respiro, un recodo o remanso de paz en el que finalmente dejar a un lado el arma brutal del recuerdo y extender su manto para que todos nos recostemos en él, unos al lado del otro. El manto de la memoria como lugar de encuentro y diálogo, como escenario de un ejercico dramatúrgico en el que se admitan los relatos de todos y sobre todo. En definitiva, un abrigo en el que cobijarse y de paso reencontrarse con "los otros" para que la articulación de la multiplicidad de discursos que surjan a su amparo constituya por fin la historia esa que se acaba escribiendo de verdad con mayúsculas.