Este fue el título de una de las canciones de éxito de un grupo algo casposo pero imprescindible para entender la juventud de nuestros padres en la España de los "no Beatles, no sex, no fun". El Dúo Dinámico fue un sustituto a lo ibérico de los escarabajos y esto implicaba naturalmente peinados de niño modosito, besitos en la mejilla y una diversión contenida que no derivase en lo sicalíptico (palabra esta también de los tiempos de María Castaña). Además, Manuel de la Calva y Ramón Arcusa no tenían más morbo que el que pudiese despedir un ex-seminarista....Es decir, ninguno. En esto hasta mi madre está de acuerdo.
No tengo por qué hablaros de este duo del pop temprano español. Es más, si lo hiciese sería una pérdida de tiempo pues hubo mejores grupos. No obstante, Manuel y Ramón sacaron en algún momento de su extensa carrera una canción que años más tarde sería el leit motiv que acompañaría los largos atardeceres y súbitas noches que caracterizan los últimos días de agosto: El fin del verano. Siempre que, de repente, me encuentro en un 27 o en un 29 de agosto me entra la nostalgia. La melodía facilona y pegadiza del Dúo Dinámico se acomoda en una actitud repetitiva, torturante casi, que sobrevuela mi cerebro aún después de pasados tantos años alejada del ruido mediático peninsular. Parece que lo escuchado de niña y asociado a una luz concreta, a las noches fresquitas y a las últimas ferias pueblerinas del estío no se borró de la mente y ahora lo arrastro con una melancolía sureña que ni yo misma aguanto por no saber cómo justificarla. Quiero decir, en Frankfurt el verano, si empezó, lleva finalizando unas cuantas semanas y me podía haber dado ya hace tiempo un ataque de tristeza estival del que me hubiese deshecho dignamente allá por julio. Pero no, aquí estamos de nuevo, lamentando el fin del verano.
Me aburre esta recurrencia kitsch y no veo manera de desembarazarme de ella. Siempre pienso que el año que viene optaré por dejar lugar a otros modos sentimentales pero por ahora me muevo en el ámbito espeso y brumoso de la nostalgia barata. Por eso he decidido racionalizarla un poco y sincerarme en este blog. En realidad, me gustaría saber si soy rarita en esto de añorar los veranos como el perro que aúlla tras su amo muerto o es un giro afectivo común entre aquellos que se criaron en latitudes similares a la mía. Esas donde la época veraniega es el "referente temporal" por antonomasia, marcando en las biografías individuales cesuras, temblores y cicatrices por su larga duración y sobre todo por el sensualismo que va unido a todo lo que sea caluroso, sudoroso y siestero (y sin trabajo, por supuesto).
Pero no pasa nada. El fin llega y el comienzo se acerca. A esta nostalgia que me pesa de vez en cuando la mandaré a tomar viento o la torturaré yo de vuelta, obligándola a exponerse una y otra vez a las voces melosas y antediluvianas del Dúo que deambulan virtuales por la red. Terapia de choque es el resto que me queda si no funcionase esta entrada, pero dicen que el primer paso para "quitarse" de lo que sea es ser conscientes del problema y leyendo estos parrafitos se me ocurre que esta será la primera y la última vez que le dedique tiempo a esta temática. Quién sabe, puede que hoy culmine la morriña por el fin del verano, que sea el final del fin. Mi conflicto no tendrá solución reconocida hasta el próximo agosto. Menos mal que no todo se resuelve en un día.