Releo algunas de las entradas pasadas y me percato de que poco hablo de cine y demasiado de política. Craso error este que con seguridad llevará a pensar a aquél que lea el blog Goetheando que me interesa de algún modo ese mundo de injurias y mentiras cuando a mí lo que realmente me gusta es el de las ficciones, divas en primer plano y aventuras sin par: las películas.
Así que para paliar esta escasez temática he pensando que se puede empezar haciendo referencia a un festival interesante, pequeño y veterano ya en los vaivenes y avatares por los que suelen pasar este tipo de acontecimientos culturales. Me refiero al Festival de Cine Iberoamericano de Huelva que desde hace 33 años se celebra en noviembre en esta ciudad del sur de España que, aparte del monasterio de La Rábida (para los que no se acuerden o no lo sepan, allí donde esperó pacientemente Colón a que Isabel la Católica le mandara los dineros con los que fletar aquellas carabelas) y unos productos naturales de la tierra de mucha enjundia, no atrae al visitante con bellezas monumentales del nivel de La Alhambra (y es que no se puede tener todo).
Bien, en Huelva han ido proyectándose a lo largo de los años importantes películas de directores como Gutiérrez Alea (La última cena. Cuba, 1976), Miguel Littin (Actas de Marusia. México, 1977), Adolfo Aristaráin ( Últimos días de la víctima. Argentina, 1982), Eliseo Subiela (El lado oscuro del corazón. Argentina, 1992) y el último ganador Carlos Reygadas con Luz silenciosa (México). Es un foro de presentación de todo tipo de obras cinematográficas que no llegan al gran público pero sí a la entregada y regular audiencia onubense que mantiene con su interés un festival de poco bombo y platillo y mucha tradición. La constancia y perseverancia en la temática iberoamericana lo hace por lo demás un punto de mira esencial para todo aquel que se interese por la producción de esos lares. Es decir, es una enciclopedia visual de imágenes latinomericanas.
Al otro lado del Atlántico, en Buenos Aires, peligra la supervivencia del Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) que a tan sólo ocho años de edad se ve obligado a embarcarse en una lucha de titanes con Mauricio Macri, nuevo gobernador de la capital argentina. Este político (y enlazamos así con la introducción a esta paginita de hoy), presidente del Boca Junior y casualmente hombre de exitosos negocios, parece no ver en la cultura más que la posible prolongación del fútbol, y así considera más adecuado a la "idiosincracia argentina" explotar el mito del balón de reglamento que ampliar el espectro con cualquier otro motivo nacional.
Afortunadamente, Fernando Martín Peña se siente obligado con las más de 240.000 personas que asistieron el año pasado a las 480 películas proyectadas por el Bafici y por eso, como organizador, no tira la toalla tan fácilmente y confía en que a los potentados elegidos libremente por el pueblo les dé por dejarse caer y suelten la plata necesaria para que en mayo del 2008 los porteños puedan disfrutar de más cine independiente. Esperemos que así sea y que a Macri y a su Ministro de Cultura y Turismo (¿?) Hernán Lombardi les haya llegado noticia del comentario realizado por el crítico de cine del diario Clarín, Diego Lerer: "Buenos Aires necesita la cultura, también para los turistas [...]. (La desatención al festival) pondría a mucha gente en su contra al principio de su legislatura, aún cuando el 90% de las personas que asisten al Bafici no le votaría jamás". El cine es también cuna de diversidad y tolerancia. ¿Lo verán así los políticos?